viernes, 27 de enero de 2012

Dar a Luz.

Me acuerdo de aquella vez, sí, vino una joven amiga mía, y me contó que había tenido una gran discusión con su madre, que tenía unos ahorros y que había estado pensando en irse de su casa. La disputa entre ellas había sido un cúmulo de cosas que explotaron porque cada una decidía hacer las cosas a su manera, y siempre acababan discutiendo. Lo malo es que su madre se sentía realmente mal después de que esto sucediera, y mi amiga, con todo su orgullo no se arrepentía de la mínima cosa y jamás daba la razón a su madre. Entonces me preguntó qué era lo que debía hacer, que ella estaba muy convencida y con muchas ganas de irse, ¿debía irse de su casa y dejar de aguantar las réplicas y broncas diarias de su madre? Yo le dije que no, que creía que su madre tan sólo quería ayudarla, porque ella era muy joven y había cosas que no sabía. Ella me puso mala cara, y yo aproveché y le conté una historia que quizás pudo ayudarla:


‘Se llamaba Luz, tenía nueve años. Dormía en la litera de arriba en el segundo piso, guardaba en su armario compartido a penas seis prendas de vestir, se dormía cuando quería, no recibía lecciones morales de la vida ni regalos por navidad y a la semana nunca repetía la misma comida. Tampoco tenía a nadie que le ordenara ni que le corrigiera en su forma de hablar, de limpiar, ni de hacer ninguna cosa, únicamente se dedicaban a mantenerla. Un día, estaba Luz intentando hacer su cama, con un nuevo edredón que habían traído, pero tras varios intentos, le fue imposible, sentía impotencia y estaba realmente triste. De repente, apareció una de las mujeres que vivía con ellas, y lo único que hizo fue reírse, apartarla de un gran empujón, hacer la cama ella, a su manera, sin mostrar ningún interés en ayudarla, la miró y le dijo: ‘menos mal que no te ha tenido que aguantar nadie, y si lo ha hecho no me extraña que se hallan desecho pronto de ti’ y se fue. Luz tenía una cara de terror inimitable, porque aunque no le pillaba de sorpresa, aquellas palabras, y todos los desprecios constantes que hacían aquellas mujeres hacia ella y hacia todas las demás, dolían más que un gran puñal en el corazón. Siempre era igual, en la comida, en la limpieza… se limitaban a ridiculizar y a infravalorar a la gente. Luz vivía en un hospicio. Tras el paso de los años, al cumplir los once, se preguntó si el resto del mundo también era así, y si se portaban todos igual de mal con los niños como se portaban con ella. Así que decidió escaparse de aquel lugar e ir a visitar algunos lugares donde había niños y niñas. Empezó por el colegio, donde vio que todas las madres y todos los padres esperaban ansiosos la salida de sus hijos para llevarlos al parque y darles la merienda, luego, a través de las ventanas observaba cómo arropaban y mimaban a los niños, y hablaban entre ellos. Y aunque a veces discutían, ella no lo percibía porque no veía aquello como una disputa. Veía cómo les compraban regalos, chuches, les ayudaban a hacer los deberes y acudían en su ayuda cuando ellos lloraban y estaban mal. Fue entonces, observando desde una ventana, cuando se sintió una verdadera desgraciada, no entendía por qué el mundo la había tratado así. Y en ese instante, el niño que miraba Luz desde la ventana, puso una cara de rabia contra su madre, y empezó a subir el tono de ambos, mientras él salía de la casa, y se sentaba en las escaleras de fuera. Entonces, Luz, fue y le preguntó qué le pasaba. Y él que era de edad parecida a ella, le dijo que era su madre, que era idiota, que la odiaba, porque no le dejaba ir el sábado a dormir a casa de su amigo. Le contó que habían estado discutiendo e insultándose, y que no la quería ni ver. Él le preguntó de dónde era a ella, ya que no le sonaba de verla. Entonces los ojos de Luz se llenaron de lágrimas y no pudo evitar reprocharle al chico lo egoísta e injusto que estaba siendo, le dijo que no entendía cómo los niños con unos padres que les querían y que daban todo por ellos, cuando les traían un regalo, lo despreciaban, cuando les llevaban al colegio, ellos no querían ir, y protestaban, cuando les llevaban a fiestas de cumpleaños y a sitios ellos no les dedicaban ni un solo beso, cuando ven a su madre por la calle, se avergüenzan de ella, cuando van a verlos después del trabajo, ellos les cierran la puerta de la habitación, o simplemente cuando les pedían algo, o consideraban que había algo importante para ellas, ellos lo ignoraban… Y aun así, día a día todas las madres que había visto seguían dándolo todo por ellos, desde el momento en el que nace su hijo hasta el último instante, no se rinden nunca. Entonces él, avergonzado, comenzó a llorar también, de la emoción que le  causaron aquellas palabras, e impactado, enseguida supo de dónde procedía Luz. Ella jamás supo nada de su padre ni se su madre, sólo que ella murió en el parto. Jamás había visto su cara ni había tenido oportunidad de intercambiar una sola palabra con ella. Su madre también dio la vida por ella, y por eso seguía luchando. Entonces el chico entró a casa con ella y dio un fuerte abrazo a su madre, no se podía separar de ella. Fue entonces cuando valoró todas las pequeñas cosas que ella le daba, el arroparle por las noches, ver la televisión con ella, pagarle todo lo que tenía, ayudarle, apoyarle, consolarle… Todos se consternaron con la historia y vida de Luz, y decidieron adoptarla. Pensaron que aunque fuera difícil pero merecía la pena intentarlo porque Luz era alguien con ganas de vivir y que a demás sabría valorar los regalos de la vida que muy pocos saben apreciar. Respecto a Luz, al saberlo, su cara se iluminó, fue mágico, era una niña con mucha fuerza, con mucha ‘Luz’ para poder iluminarlo todo en su camino. Lo consiguieron y ella se lo agradeció eternamente, pudo saber lo que era una familia de verdad. ‘Gracias por darnos ‘a Luz’  dijeron el chico y sus hermanos, será una buenísima hija, se lo merece.


Mi amiga, consternada, me miró sorprendida, habiendo aprendido en tan poco rato esos pequeños grandes valores de la vida, en este caso, los de una madre. Aquellos que no apreciamos porque los damos por hecho y nunca hemos sido privados de ellos. Fue genial su sonrisa, y cómo volvió a casa con su madre, feliz  y dispuesta a demostrarle lo agradecida que estaba y mucho que la quería.
Y yo, también me fui feliz, de poder haberle enseñado esas cosas tan valiosas de la vida, y que muy pocos saben apreciar, hasta que las pierden, o se ven en situación de perderlas, en este caso, le quería transmitir la importancia del cariño de una madre, cómo se portan siempre con nosotros, y lo importantes que somos para ellas, las cosas que nos dan… Es decir, todo. Estoy contenta de haberle enseñado aquello.

1 comentario:

  1. Muy bonita la historia y muy bien insertada en su historia-marco, peeeero...

    ...Procura separar tu texto en párrafos. Facilita muchísimo la lectura.

    ...Este color de letra en este fondo es complícadísimo de leer... ¡yo he tenido que copiar el texto en word!

    Por lo demás, estupendo. Un saludo.

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